domingo, 1 de abril de 2012

Black velvet (y al séptimo descanso)

1
Era la vida dura como una piedra.
Y él se la tragó.
Y la utilizó para moler otras piedras.
Tenía que alimentarse.

2
Él llenó toda una playa.
Ella era el agua
y nos parió en nueve oleadas.
Nosotros pusimos el mar.

3
A veces no sabíamos
si éramos de sal o lluvia.
El llanto decía siempre
lo mismo que la mar océana:
ululaba color viento,
cantaba lágrimas dulces,
lloraba risas saladas.

4
Las canciones de mi madre
no tienen apenas luz.
Ella no necesitaba
un candil como nosotros.
Él seguro que tampoco.
Cantaba ella a la Piquer
en mi carne de gallina
mientras fregoteaba el suelo,
doña Concha arrodillada.
Se enojaba si pisábamos.

Él declamaba corsarios
(bajel pirata que llaman…)
corazón entre los dientes,
maza dura, puñal diestro,
y el futuro un abordaje
de piano a cuatro manos.
Las nanas siguen brillando
como un bucanero en pena.

5
En su playa descansamos.
A su delirio crecimos.
Eran dos eclipses toscos
y no podían mirarse.
Nos bronceó su intemperie.
Su sal nos curtió las ansias,
restañó nuestros vacíos.
Pero arreció la galerna
y naufragó nuestra Luz.

6
No sé exactamente cómo.
No sé por qué en absoluto
Ni tampoco para qué.
Y no me importa.
Pero sigo sin hallarte.
Te has marchado de silencio.
No quiero gritar preguntas.
Sólo que estés todavía.
Que no te hayas ido nunca.
¡Qué pesar intransitable!

Toda vida es un regalo
y aguantar es la mitad
de la vida de los otros.

7
He puesto un terciopelo negro
en el fondo de mi luto.
Tristeza negra decantada
sin espuma,
sin revuelo,
para que no crezca y me rebose,
para tapar sus ojos con los míos
y que no me rebase ni me incendie.
Me arrojo sobre él como a una pira
y me doro como un vino ardido.
Me evaporo y pronto me rebelo
resquicio, y después me desmorono
con el dolor remanente.

Y las preguntas alzan su muro
pétreo de mutismo circunspecto
alrededor de tu hueco exacto
erizado tan de sílabas,

como vidrios silenciosos

preguntándose el motivo.


Fernando Lorente

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