La lluvia incendia corazones,
refresca atardeceres crepusculares
y ahonda las pauta, los principios.
Deja, la lluvia,
un rastro de posibilidad que conmueve,
y su rostro húmedo
nos recuerda
que la vida late en la virtud de una potencia.
Llueve y todo se ilumina,
se aclara la zozobra y la sombra, mojada,
emprende fuga sin tocar apenas.
Es esta lluvia
que hidrata labios
y embaraza estanques,
esta lluvia díscola,
sorprendente, que se enreda
y suena a poema.
Esther Peñas Domingo
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