miércoles, 16 de mayo de 2012



La lluvia incendia corazones,
refresca atardeceres crepusculares
y ahonda las pauta, los principios.

Deja, la lluvia,
un rastro de posibilidad que conmueve,
y su rostro húmedo
nos recuerda
que la vida late en la virtud de una potencia.

Llueve y todo se ilumina,
se aclara la zozobra y la sombra, mojada,
emprende fuga sin tocar apenas.

Es esta lluvia
que hidrata labios
y embaraza estanques,
esta lluvia díscola,
sorprendente, que se enreda
y suena a poema.

Esther Peñas Domingo

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